Monday, October 16, 2006

cuentos para Maria. Juan Camilo Rincón


Fotos: Margarita Mejía

Cuentos de María fueron escritos entre 2004 y 2005. Se encuentran en Manuales, métodos y regresos en la tercera parte. Son los cuentos de amor de Juan cuando conoce a María.

I. NOUS POURRONS RÊVER NOTRE VIE

Podemos soñar nuestra vida, decía mi padre cuando aún yo no sabía escribir. Ahora recuerdo la frase de Marguerite Yourcenar como himno de batalla: “He llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada”. Mi existencia no es una derrota diaria, no amanezco derrotado, tengo que vivir un mes de luchas incesantes contra la mujer que comparte mi cama, con los conocidos que beben conmigo y con los amigos que guardan mis secretos. Todo comienza cuando por fin decido dejar de pelear, me enamoro de una mujer, perdono a mis amigos por intentar venderme, por sus risas a mis espaldas, dejo que ellos conviertan poco a poco mi conocimiento en frases de conversaciones de café pobre o de niña de catorce años.

Un día me despierto y mi mujer ya no está, mis amigos utilizan mis cuentos para resolver sus problemas fisiológicos en los baños de la universidad. Lleno de tristeza, camino dos o tres días por los parques de Bogotá, me escondo en los bares de La Candelaria para mitigar mi dolor y regreso el lunes como si nada para educar a mis amigos y recordarle a mi ex novia el gusto que sentí cuando me compartió con su amiga en el cuarto de sus padres. Después de la destrucción total, decido comenzar de nuevo y conocer otra gente y otra vida: y así regresa el ciclo.

Hoy camino por la calles del centro esperando que un carro me coja. Estaba pensando que lo hiciera un Transmilenio, para que mi familia recuperara un poco de su inversión a costillas del Estado. Voy con un grupo de estudiantes desconocidos que buscan algo de mí, un poco de este sadismo en las letras de la historia para alimentar el ego de una profesora extranjera. Se me fue el Transmilenio, será la próxima vez. Hablan y hablan de sus vidas, de lo hermoso que es conocer gente y estar acompañados, qué miedo le tengo a esto, creer en los individuos, en vivir tranquilo. La última mujer que estuvo conmigo trató de enseñarme una lección: la maldad es una represalia al miedo que nos invade estar vulnerable. Para la vida, ser débil es síntoma de llegar al fin.

Son interminables las clases con estos estudiantes, pero no son mal agradecidos, me sonríen con la felicidad de tener el conocimiento en las manos y poderlo manejar: no sé mucho, pero lo que tengo lo intento dar para masificarme. Mi garganta está seca, se necesita de un trago para no caer en demencia. En un círculo se sientan a malgastar su vida conmigo y mis tristezas, esperan que el trago haga efecto para comenzar la fiesta.

Todas las palabras anteriores van hacia un punto: la vida es una sucesión de hechos que le permiten al hombre admitir que siempre va a perder el juego de ajedrez con el destino. Los cuadros negros y blancos, los blancos días y las negras noches me llevan a un fin inevitable que me impide creerme dueño de mi vida. Pero la monotonía de mi vida llegó hasta esa reunión, donde la sucesión de las malas situaciones tuvo un rompimiento.

Estaba tomando y recordaba la frase de Frida Kahlo: “yo bebo para ahogar mis penas, pero ellas aprendieron a nadar”. Durante toda la reunión escuché algunos comentarios de una mujer sobre su vida, eran palabras hermosas, pero muy parecidas a aquellas entregadas en una misa de once o en una reunión de cristianos, un sábado de penitencia. Aquellas almas no duran mucho tiempo, algún día se encontrarán con una hiena que les hará un daño terrible y perderán su belleza antes de entregarla a la persona de esperaban.

Su cuerpo blanco nace en la oscuridad de mi presencia como una sonrisa. Su pelo amarillo cubre su cara cuando duda, sus manos buscan en sus trazos, realidades coloridas. El trago ya calentó mi cabeza, ella duda en cantar, todos le ruegan para mi era una más. Toma su guitarra con las dos manos y me entrega su primera nota. Los dedos se me erizan, los oídos dejan de crear ruidos inútiles y se asientan en su voz. Su energía baja por mi cabeza, se alimentan las extremidades, y su fuerza llega hasta mi pecho. Aquí obtenemos una imagen inaudita para millones de personas que son también cadáveres exquisitos: latió el corazón. Sentí dolor y amor al mismo tiempo, estaba otra vez, por unos segundos vivo. Entendí y acompañé a Odisea, amarrado en su mástil, comprendí cada nota de las sirenas, deseé ahogarme, hubiera matado por ir hacia ellas.

Fue doloroso, debí castigarme varias semanas por intentar tocar al dios con mis manos. Me obligué a comer la mitad de la ración, no tocar mujer, dejar el trago. Pero cada día espero en silencio que aquella caricia siniestra me lleve a la dueña del encantamiento. La tentación daña la naturaleza de los humanos, pero sacia nuestras almas. Gasto mi poco tiempo libre soñando mi vida, esperando impaciente que su voz me guíe al inmenso camino del thanatos nocturno de sentir.


II. Per angusta ad augusta

Hoy no me puedes acusar de misántropo, o de triste. Te he preguntado una y mil veces por qué ya no escuchas, juegas con los ángeles de la noche como las musas de un poeta maldito. Déjame ir a mi casa, sólo no me respires en mi cara, para mí ya no tienes sentido. El día dejó de ser la máscara rubia de la oscuridad, mi pecho tiene una carga pesada, el cigarrillo me impide respirar, es hora de que me despida. Sé que es viernes y aún es temprano, pero necesito que me entienda, no quiero que ella me vea mal. Aún me cuesta tocarla, mis dedos húmedos resbalan por su piel creando llagas. Chau botella, déjame solo.

Llego a mi casa, el nocturno me llena de miedo, ese silencio escondido y mísero me rodea. Vivo en la montaña, muy arriba, en un conjunto donde hoy no existe nadie. El silencio aturde, deja un pequeño zumbido en los oídos, incómodo como un televisor prendido en mi cabeza. Caliento mis manos con un poco de luz para escribir estas palabras, las acompaño con tu promesa de seguirte en el sueño, y un poco de inseguridad. Siento una duda inconsciente al sentir cómo la oscuridad me envuelve, su figura de un ser peligrosamente mítico en las nubes, me hace desquebrajar mi voluntad y dejo la imagen de María unos segundos.

Pero su vos regresa, miro por la ventana, siento la maldad del mundo exterior, siento cómo me llama, cómo me pide caminar por las noches y caer muerto en una esquina sin que nadie me conozca, sin que nadie llore. Pienso en dónde estará, no quiero darme a esos brazos que me acostumbrarán a su presencia. Yo soy el sacrificio a su orgullo, ya no podré resistir más tiempo: estaré a su servicio. Son las dos de la mañana y el demonio hecho nube se disipa. Las estrellas nacen en sus escombros, en su ridícula forma de hacerme sentir tranquilo.

Tengo angustia de predecir mi futuro, de sentir un alejamiento constante de la botella. María me abraza en su manto. Por mucho que yo cambie, no lo hará mi destino, sigo el ciclo sublime antes de verla. Mis ojos caen, llegaré a no arrepentirme, su voz me llama, voy a descansar hasta que llegue el alba.

Hola María, ad augusta.

III. Lamento las heridas de la fortuna

La demencia tiene muchas caras, y vos tenés la mía. No podré nunca separarme de tu presencia. Hoy me lo pides, pero no puedo, camino por la calle más larga, por la noche más oscura. No quiero perderla, si dejo que gane el miedo lo único que lograré es que la inhóspita forma del destino me conquiste la partida. Tal vez no nací para vos, pero no puedo dejarte sin que veas que hay mejor vida que la que soñamos. No descansaré hasta que me quieras, estas lagrimas tienen tu nombre, pero no porque quieras hacerme daño, sino porque no quieres ver que te amo.

En silencio lo hago, cuando estás a mi lado, cuando te toco la cara, cuando me permites besarte. El sentimiento no se va porque me obligues, sólo se esconde en el silencio, cada vez que guardo aquellas palabras que te harán daño. El invierno sigue aquí, entre mis manos húmedas por mi dolor, me escondo en mi chaqueta evitando que el viento de la noche me toque, pero él entra por mi boca y no deja que tiemble al pronunciar tu nombre.

Sé que te han hecho daño, degollaría a cada uno de ellos sólo para mitigar tu recuerdo (tu dolor), pero sería un acto insensible frente a tus ojos. No quise despedirme, sé que la seguiré en los despojos de mi alma, evitando que le hagan daño, permitiendo que la quieran, porque el amar en este momento sólo será mío. Llevo cinco años sin sentir dolor, tal vez le agradezco que me haga sentir vivo, pero qué difícil es estarlo.

Me reclamas por no ser tu futuro, dices que no lo podrás ver entre mis brazos, mi amada niña, la verdad es que nadie conoce el propio. ¿Qué esperas? ¿Qué necesitas? ¿A quién sueñas? Ahora estás en tu cama, cerrando tus ojos, esperando que todo esté en tu cama, cerrando tus ojos, esperando que todo este igual mañana. Pero ya clavaste estas palabras en mí, las dejaste como quemadas de cigarrillo en mi alma, el tiempo no volverá a su cause original.

La cajetilla de está acabando, el humo forma tu cuerpo y se va con vos a otro lado que ya no conozco, que nunca podré ver. Lamento las heridas de la fortuna, la tregua se acabó, es hora de regresar a todo lo que detuve por amarte. La ruina será mi aliada, mi compañera hasta el lecho de mi cama, en el único lugar donde serás mía, en el recuerdo.


IV. OBLICUIDAD DE LOS PARQUES

El mundo que me espera no será más jodido que vos, dijo antes de irse la última mujer que amé. Frente a esta magistral respuesta que fue acompañada con el ruido de cajas saliendo de mi casa y la perdida de unas piernas que nunca olvidaré se creó la rutina de falso querer que ha sido el común denominador hasta ahora. Temeroso Juan, incapaz de pensar en algo diferente que en el día, alejándose del futuro como una fruta prohibida que ha vos ya no sacó de este miserable paraíso de camas usadas y de mujeres de otros. Una vida donde no pasabas poco menos de un mes sin toparte con una Alejandra Vidal Olmos, que te besaba con estimulo literario hasta dejarte dieciséis quemadas de cigarrillo en el brazo. Pero aún seguías sólo, sin tener a alguien para ir a las reuniones familiares o celebrar tu cumpleaños. Llenabas el vacío con mentiras y compartías tu arte, sin que ellas les importara tu oscuro vestir o los tragos de más.

Pero ahora María, con vos no puedo ser una referencia peor que este mundo. Ya no tiene sentido beber absolutamente solo en algún bar del centro esperando encontrar un mal cuento. Mírame, mi insensato cuerpo se retuerce en ausencia de tus manos. No puedo definir en algún acto mío el amor y menos el querer. Eso sí, puedo reconocer que es una adicción y vos no lo eres. Te mentiría si te digo que te voy a querer como todos, como cualquier príncipe de cuento de niño perverso. Yo, no te quiero desinteresadamente, necesito de tu voz para no morirme, nunca te compartiré y siempre usaré todo lo que esté a mi alcance para no dejar de desaparecerme entre tu boca.

Pero para vos, la operación del amor es diferente. Me dejas a merced del destino, Dios cruel y doloroso que busca hacerme caer en el pecado. Confías en mí y esperas que ame a quien te desea y perdone a quien te besa. Pero así eres y no pienso cambiarte, porque este mal llamado amor llega por una razón: que no eres mía. Eres de cada uno de quien te rodea, y ellos son adictos a que le soluciones sus problemas. Vos, mujer cautelosa y callada sabes que en el fondo de mi irascible alma siento algo que no se que es pero te gusta y no me deja ir.

Te quedas, no por mi arte y malos cuentos, sino porque no te creo una divinidad, te toco y te beso hasta que sientes mortalidad y te recrimino lo imperfecta que eres y al final te abrazo sin perderte. Nos seduce y nos salva que no seamos tan idealmente el uno para el otro. Lo sabes, esto es la vida real y aquí no hay reglas, aquí estamos juntos. En tu alma me quieres como no te quiero, ya los dioses nos sueñan en la profecía, pero yo ya la sé: te amo porque estas condenada hacerme daño. No por ser adicto, es por soñar todos los días quedarme a dentro tuyo. Sí, la divinidad tiene en tu presencia la belleza de mis ruegos por tu ausencia. Te besaré cualquier noche rodeados de perros en la oblicuidad de los parques, hasta que duela tanto soñarte.


V. LA GALERIA DE LAS DELICIAS

En que voz tan sublime quieres que te pronuncie en la cama, cuantas veces debo recordar la desnudes de una mujer en la oscuridad de unas escaleras, donde mis manos se entregaron a la invencible bestia que iba a ganar la partida. No existió palabra común para recordar después del coito, ni cigarrillo para fumar, solo el pequeño vacío en los lapsos de respiración que me permitían esconderme entre tus brazos. En la presencia de otras mujeres, mi vida era la infinitud de la calma agonía, hasta que pude recaer entre los sonidos perfectos que humedecieron tu cuello.

En el calor vehemente de sol innombrable y rígida pasividad, su olor nace en los lugares más recónditos de mi casa, sitios donde la imaginación tendría poca cabida física para explicar las formas de saciar un escritor. Agonizo en la incapacidad de no poder imaginar mejor libido, reconozco en la lectura rasgos de hombres que han sido vencidos de la misma forma, grandes y ostentosos escritores derrotados no por la idea, si no por la formación física de ella. El tambor caleidoscópico deja que mi boca de muerto renombre el cuerpo de dicha mujer en creación, aún no seré dios pero ya puedo temblar y danzar frente a la destrucción de la virginidad de los días lunes. Rasgos de mi bestialidad la marcan los días martes donde mí queja triste llega a redimir los símbolos de mí plenitud. En la oscuridad de siervo, pronuncio las palabras cristianas para poder morder la fruta fresca de la adicción nocturna.

Ruego que llegue el fin de la semana, la caída del trabajo o de la falacia. Días donde dejamos de creernos estudiantes, políticos, economistas, juristas o cocineros. Bajamos a nuestro mundo, en la danza de la conquista, donde el infinito se encierra en las imágenes que nadie creerá o en las artes que aún guardan las delicias de la carne, y volvemos hacer los mismos. Nos limpiamos las calenturas de los otros besándonos, tocas mi cuerpo de cárcel y pasas revistas a cada una de mis cicatrices, las rozas con amor y la interrupción de la tierra llega para nosotros. En cualquier oscuridad, recuerdo, con ira y con olvido que no eres mía, que puedes estar conmigo un momento pero no toda la vida. Pero aún soy el elegido, hasta el día de la caída de la suerte y la creación de los espejos de tu ausencia.

No podemos alejar la palabra de nuestro sexo, si lo hacemos caeremos en la comodidad de una cama de burocracia, de frialdad de mujer rica con jardinero desconsolado. Si dejamos afuera nuestro arte amada mía, llegaremos a convertirnos en un matrimonio por conveniencia, donde la violación legal se bautizará como el profundo denominador de lo que quisimos ser. Cerrar la puerta y vivir el día será el acompañante hasta que regrese la mentira de los trabajos y las obligaciones en el frío gris del lunes bogotano.


VI. LA CÁRCEL DE LA NITIDEZ Y OTRAS TORTURAS

Mi nariz está herida, las marcas que trae la necesidad de ver se muestran rojas en los lados más finos de mi tabique. Mis pobre ñatas, cargan el peso de ver a Gaudi, al cuerpo de mi María o una película de Man Ray. Su obligación evita el golpe en la canilla, el error de coger un bus al azar y poder llegar a mi destino. Izado como un vínculo con las aves, intenta ser respetada por todos sus compañeros fisiológicos. Pero su belleza es increíblemente menor a su gallardía. En las noches moquea recordando su pasado, donde aún su virilidad era un común denominador de nuestra tierna infancia. Ahora, después de tantas veces solucionando mis problemas con sillas rotas y manos cerradas, el destino ha hecho sobrevivir a mi rígido vínculo con el aire en una constante soledad de tacto.

Mis ojos son el símbolo de la herencia de mis padres. Condenado a perder la forma de lo que me rodea, mi alma se ha acostumbrado a vivir en una espacio circular de vidrio y reflejo. Lo que esta afuera del marco no existe. Vivo encerrado en una pequeña cárcel de nitidez y los grilletes los carga mi nariz. Cuando decido huir, lo lejano se mal forma, juega con la imperfección y el infinito. Por la calle mi imagen me asalta en las vitrinas de las panaderías, o en los vidrios de los carros. La veo mal formada desdibujada, casi borrada.

Me lleno de rabia y saco del bolsillo la cárcel de nitidez y torturo a mi nariz un poco más. Le pido perdón y dejo caer mis dedos sobre ella en degrade. Venero la noche y el sueño porque soy libre, todo es de una forma diáfana para mi alma y mi nariz no es castigada con una función tan antinatura: puede respirar a su libre albedrío. Pero a veces sueño que los grilletes visuales se vuelven más pesados y mi nariz se ahoga en su sangre… y yo con ella. Espantado amanezco rogando a dios su misericordia, pidiendo que no castigue a mis ojos más con el yugo del astigmatismo

En la oscuridad las luces se convierten en grandes estrellas del pasado. El color intermitente del semáforo me guía a tu casa mientras las gotas de sudor bajan casualmente de mi rostro, a esta hora marchitado. Me entrego a tus manos en la puerta y dejo que tus labios me besen como si hubiera muerto. En tu incomodidad de no ser libre con mi boca, dejas caer muy suave la cárcel en la mesa de noche. Lavas mi cara, y acaricias las heridas de mi desgracia con la sabiduría de curar. Cuando estas tan cerca María, vuelvo a mis ojos de infancia y te puedo ver.

Apagas la luz, y dejas que tus manos dibujen las letras del alma en mi cara. En ese momento el dolor se va, y acepto que tu virtud de cortesana alimente mi delicia como tempo que entrega la ultima virtud al dios ya olvidado. Caigo en el cansancio llevando la figura de tu espalda entre mis brazos, en el pecado sublime de tu cuerpo sobre el mío y me río de la cárcel que aún no es tan fuerte para llevar a la sombra tu hermosa morada.

VII. NINGUN SOLILOQUIO ME LLENA DE REMINISCENCIAS

Ningún soliloquio me llena de reminiscencias. No importa que esté a tu espalda pidiendo un poco de perdón, malherido. Fito demanda que no te haga tragar más mi dolor, yo asiento cantando. Soy acompañante de una ausencia dolida que me recuerda el humo de mis errores. Regresa, te lo pido, te lo digo en un idioma extraño al oído y vos sólo sientes aquellos murmullos, haciendo hincapié en los golpes de pecho. Es inútil creer que en mi debilidad te enamoré y vos, doncella que se entrega sólo por amor, no sigas a mi lado. La masa, engendros que nos calientan con húmedas corporalidades y tratan de llevar tu ritmo, desvanece al compás de tu belleza. Por Dios María, compártelas conmigo. Soy un observador, soy el demonio solemne que ve en vos el paraíso teológico.

No calles. Fito necesita tú voz, el dolor se hace más bello. Ya mis brazos no encajan en tu cuerpo, Azazel ve desde la otra esquina mi cara, me sonríe, sabe que estoy desesperado y que es cuestión de tiempo para caer. ¿Por qué sos un ángel? Porque debo hacer fila y esperar a que tus alas me abracen. No quiero mi libre albedrío sino sirve para amarte. Soy la cadena, el encadenado y la cárcel, no seas mi verdugo, no pidas perdón por levantar el hacha en contra de mi cabeza. Esta sucesión de castigos es mi condena, pero aún no dejaré el encierro hasta saber el por qué de ella.

Ahora estás conmigo, en tu ausencia pero conmigo, te toco la espalda para hacer que me recuerdes, ya no soy el maldecido, ya sólo soy lo escrito, lo propio, lo indeciso. No te niego que sos tan ángel que me desalientas, he pensado dejarte ir, no por falta de sentimiento sino de sentido. Pero en este momento recuerdo que a mis sucesiones, después de tantos golpes, sólo les queda el límite matemático. Aquel que a veces, cuando te necesito y no estás, veo, pero que nunca tocaré. No hay Nicanor Parra que me salve de extrañarte, no hay imperceptibles actos de querer que hagan aquellas mujeres sin boca para alejarme de tu recuerdo.

El alma es un abismo tenebroso que guarda los signos que nos dirán el futuro escrito en nuestras manos. Ya, entre sueños, descifré el primero en tu espalda, lo recuerdo, sé que está guardado debajo de mi palma izquierda. La cierro evitando que se desvanezca, beso tu mejilla para tocar el frío de tu belleza, la boca se llena de paciencia. Siento dolor, mi corazón tiembla en mi mano.

Revivo con un suspiro de ahogamiento, el mar del sueño me regresa a la cama, ya no hay masa, ni presión, ni demonios. Mi verdadera imagen de réquiem se vuelve humana y trato de anclarme al cuerpo de María, pero no esta. Su espacio esta frío en las sabanas, y sin donde encallar retorno del sueño nadando a bostezos. ¿En donde estas? Dejaste el radio prendido, que buena elección para recibir la mañana, un concierto de Fito Paez. Me levanto para buscarte en el baño o en la cocina, rogando a Dios que me estés haciendo el café, pero otra vez veo que no estas, ya son dos ausencias en el día de hoy. Caliento el agua para sentirme útil y espero en la mesa a que hierva. En ella están las investigaciones sobre el ultimo trabajo que debo entregar, imágenes de Pedro della Vigna y la envidia de Ovidio, las organizo para utilizar el comedor y encuentro entre ellas el libro de Picasso que te regale y dos lienzos con trazos de las señoritas de Avignon. Sonrío porque por fin tendré mi cuadro.

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